¡Terminamos ya el curso! El último día para poder subir trabajos será el día 8 de Mayo a las 23:59. A ponerse las pilas que ya queda poquito!!!!

martes, 1 de diciembre de 2009

Ortega y Gasset, El filosofo Español por Antonomasia



1. Ortega y Gasset

"Yo soy yo y mi circunstancia
y si no la salvo a ella no me salvo yo"

"España era el problema y Europa la salvación"

1.1. Formación básica

Nació José Ortega y Gasset en Madrid, el día 9 de mayo de 1883, en una familia perteneciente a la burguesía a finales del siglo XIX su vida se conectará con la actividad periodística debido a su padre, esto afectará eficazmente a su expresión escrita. Efectivamente, gran parte de sus escritos filosóficos, e incluso gran parte de su actividad profesional, van a desarrollarse en contacto con el periodismo. Ortega es recordado como uno de los más grandes filósofos en lengua castellana.

Ortega reaccionará contra la formación adquirida en su infancia, en Málaga fue testigo del inicio del declive de la burguesía culta, industriosa e industrial, causado por la crisis económica producida por la plaga de filoxera que, en menos de un lustro, arrasó los cultivos de vides que habían proporcionado la infraestructura agrícola al despegue industrial de la Málaga decimonónica y que había hecho de Málaga una ciudad cosmopolita, comercial y burguesa al menos desde el siglo XVI. En este sentido conviene recordar que, con el transcurso del tiempo, Málaga será la primera (y única) circunscripción electoral española en la que un comunista consiga acta de diputado, lo que ocurrió en 1934 cuando el Dr. Bolívar consiguió la suya. Quizás las reflexiones sociológicas de Ortega no sean del todo ajenas a estas primeras vivencias suyas en Málaga.

1.2. La vocación filosófica y regeneracionista

En 1897, terminado su bachillerato en Málaga, Ortega inició sus estudios universitarios, primero en Deusto y poco después en Madrid. Justamente en una de las épocas más dadas a la sensibilidad en la vida de un hombre, los quince años, el joven Ortega fue testigo de un acontecimiento histórico de la mayor trascendencia, acontecimiento que llevó a toda una generación de españoles a plantearse el problema de España. Este acontecimiento fue la pérdida de los últimos restos del imperio colonial español. En 1898, por la Paz de París, que daba término a la guerra hispano-norteamericana, España tuvo que ceder, ante los jóvenes y potentes Estados Unidos de América (a los que en su día había ayudado a alcanzar su propia independencia), sus últimas posesiones coloniales: Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Este acontecimiento funcionó en España como un revulsivo de la conciencia nacional que llevó a las mentes más lúcidas del momento (Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Antonio Machado o el propio Ortega) a plantearse el problema de la decadencia física y/o moral de España. La generación marcada por el desastre nacional, la Generación del 98, centró gran parte de sus esfuerzos intelectuales en la reflexión sobre la etiología y el diagnóstico de la enfermedad de España.

Dentro del espíritu de su generación, Ortega toma conciencia del problema de España y diagnostica que tal problema radica en el individualismo de los hombres y las regiones de España, que no han sentido una inquietud común por los asuntos nacionales. De ahí que proponga que la regeneración de España sólo puede venir de la mano de una toma de conciencia entusiasta de una misión nacional.

1.3. Ortega y la filosofía alemana contemporánea

En Ortega se han conocido normalmente otras influencias importantes, tales como la de Nietzsche, Husserl, Dilthey, Scheler y, al final de su vida, Heidegger. Todo ello ha echado leña al fuego de la polémica entre quienes lo han acusado de plagio y quienes han defendido la originalidad de su pensamiento más allá de toda influencia, aunque ni los unos ni los otros hayan aportado una documentación definitiva en favor de las tesis mantenidas. Con ello la polémica se mantuvo, durante bastante tiempo, en tablas intelectuales, de modo que la balanza sólo se inclinaba en favor de unos o de otros en razón de tesituras tan poco científicas como eran los avatares de la situación política española.

Ante esta situación se hacían necesarios estudios imparciales y hechos desde el máximo rigor científico, con independencia de cualquier filia o fobia hacia Ortega.

Orringer estudia en sus libros la influencia en Ortega de once autores alemanes:

O. Immisch, G. Simmel, H. Cohen, P. Natorp, A. Pfander, M. Geiger, W. Schapp, E. Jaensch, K. Friedemann, E. Lucka y J. M. Verweyen. Curiosamente, en las Obras Completas de Ortega sólo aparecen citados por su nombre cinco de ellos: Simmel, Cohen, Natorp, Pfander y Jaensch, mientras que los nombres de los otros seis no aparecen ni una sola vez. Según Orringer, O. Immisch y G. Simmel son autores previamente conocidos por el filósofo antes de su estancia en Marburgo.



1.4. Lenguaje y pensamiento

El valor de la lengua materna viene dado, pues, por lo que esa lengua tiene de "lengua común" para un grupo de hombres y por lo que tiene de certera doctrina sobre la realidad, muchas veces más exacta que las más elevadas doctrinas filosóficas, científicas y religiosas: "Recibimos mayores esclarecimientos del lenguaje vulgar que del pensamiento científico. Los pensadores aunque parezca mentira, se han saltado siempre a la torera aquella realidad radical, la vida, la han dejado a su espalda. Olvidamos demasiado que el lenguaje es ya pensamiento, doctrina. Al usarlo como instrumento para combinaciones ideológicas más complicadas, no tomamos en serio la ideología primaria que él expresa, que él es”

Así pues, la elaboración doctrinal que esté implicada en el lenguaje común es la responsable de nuestra peculiar visión del mundo y subyace a cualquier interpretación científica expresada mediante cualquier metalenguaje. Con ello Ortega apunta a un tema central en ciertas corrientes de la filosofía anglosajona del siglo XX, aunque no las nombre; corrientes que han dado pie a la filosofía del lenguaje común como método de análisis de ciertos problemas filosóficos, oscurecidos, precisamente, por la propia jerga técnica de los filósofos. Justamente porque la lengua común es un instrumento y un filtro para nuestra relación con la realidad y esta lengua es fruto de una serie de circunstancias azarosas, el significado de una palabra no tendrá ninguna relación objetiva con ella, sino que estará también en relación con la circunstancia de la palabra: "Nadie pretenderá que el Diccionario baste para revelarnos lo que una palabra significa. Ya es mucho con que logre proporcionar un esquema dentro del cual puedan quedar inscritas las infinitas significaciones efectivas de que una palabra es susceptible. Porque es evidente que el significado real de cada vocablo es el que tiene cuando es dicho, cuando funciona en la acción humana que es decir, y depende, por tanto, de quién lo dice y a quién se dice, y cuándo y dónde se dice. Lo cual equivale a advertir que el significado auténtico de una palabra depende, como todo lo humano, de las circunstancias".


1.5. Objetividad para España

Ahora bien, ¿en qué consiste el hecho diferencial entre Europa y España?, y, ¿por qué se hace necesaria en España la disciplina mental de la objetividad? Ortega parte de la convicción, compartida por casi todos los intelectuales españoles contemporáneos, aunque la terapia que propongan se aleje de la orteguiana, de que España se encontraba desfasada con respecto a Europa social, política, técnica y culturalmente. Ante esta situación cabían tres posturas básicas. La primera consistía en aceptar que ese desfase era negativo para España e intentar paliarlo importando mimeticamente los subproductos técnicos que Europa proporcionaba, pero sin aclimatar la ciencia que los había hecho posibles. La segunda consistía en reconocer tal desfase, pero en mantener que el balance negativo lo era para Europa y no para España. Esta sería la postura mantenida por Unamuno. La tercera actitud, la que hará suya Ortega, consistía en el intento de que en España echasen raíces las actitudes intelectuales que, en cierto momento histórico, habían llevado al desfase entre Europa y España. Estas actitudes eran las que habían hecho posible la ciencia europea, de modo que "la decadencia española consiste pura y simplemente en falta de ciencia, en privación de teoría".

Ahora bien, esa garantía de supervivencia moral y material, que es la ciencia, no es un don que haya sido otorgado gratuitamente al hombre europeo por alguna divinidad benefactora. Muy al contrario, la ciencia es el fruto de una disciplina intelectual que echa sus raíces en lo que podemos calificar como objetivismo. Con ello tenemos que, si la ciencia no es una actitud originaria ni un don gratuito, habrá que indagar esas actitudes originarias que la han hecho posible. Y esas actitudes son, para Ortega, básicamente la precisión y el método, el hábito crítico y la racionalidad. Con estos tres ingredientes se puede cocinar la necesaria disciplina intelectual.

La falta del primero de estos ingredientes, la falta de precisión y de actitud metódica, es quizás la única herencia recibida de nuestros antepasados; una herencia que nos lleva a discutir sobre cuestiones que no hemos definido con anterioridad, esto es, sobre campos de la realidad que no hemos acotado previamente. De este modo, la misma discusión sobre la europeización de España se plantea sin el rigor necesario. Se plantea sin haber definido antes qué sea Europa: "La necesidad de europeización me parece una verdad adquirida y sólo un defecto hallo en los programas de europeísmo hasta ahora predicados, un olvido, probablemente involuntario, impuesto tal vez por la falta de precisión y de método, única herencia que nos han dejado nuestros mayores. ¿Cómo es posible si no que en un programa de europeización se olvide de definir Europa?”. La falta de precisión y de método, esa herencia negativa que tenemos, aparece así como el primer obstáculo que hay que superar de cara a alcanzar la necesaria disciplina intelectual.

Y la racionalidad no es patrimonio exclusivo de ningún pueblo o raza, sino patrimonio de todo hombre. Frente a las teorías que mantienen la especificidad de una racionalidad indoeuropea, condicionada por el clima o por los hábitos lingüísticos o alimenticios, Ortega tiene que insistir en la necesidad de implantar hábitos críticos y metódicos, que, en principio, son asequibles a todo hombre apoyado en la razón y corregido por ella, para situarse en el camino seguro de la ciencia: "Declaro honestamente que esta manera de hablar sobre cuestiones tan delicadas me parece ilícita. Sólo conseguimos de tal suerte fomentar la perduración en nuestra sociedad de la indisciplina intelectual, cuando debiéramos esforzarnos, más bien, por implantar hábitos de parsimonia en el juicio y de veracidad en la razón"

Lo que se trata de conseguir es, pues, eliminar de la cultura española aquellos rasgos exóticos que la han impedido subir al carro de la ciencia, sin caer tampoco en la tentación provinciana de la imitación, del mimetismo estéril. La actitud creativa será la que se dirija a las cosas mismas, y esta actitud es la del objetivismo.

1.6. El perspectivismo, la circunstancia.

El inicio de la segunda etapa del desarrollo de la filosofía de Ortega se puede situar en torno a 1914, fecha en la que publica su primer libro "formal", como él decía: Meditaciones del Quijote. A partir de esa fecha no se limitará ya sólo a invitarnos a la filosofía, como ha hecho básicamente en la etapa objetivista, sino que, sin dejar de hacerlo, llevará a cabo él mismo un programa filosófico propio y personal desde el descubrimiento del tema de la circunstancialidad de lo humano.

Desde 1914 estamos, pues, ante un Ortega que ha hecho un descubrimiento filosófico trascendental y que dedicará el resto de sus días a desarrollar su contenido aplicándolo a los más diversos asuntos, sean esos asuntos los mismos sobre los que ha versado tradicionalmente la reflexión filosófica o, lo que es más frecuente, sobre los que la tradición filosófica había considerado de menor entidad y empaque y que, en manos de Ortega, van a aparecer con la misma dignidad que los primeros. Por otra parte, en cuanto pieza clave de la filosofía orteguiana, el tema de la circunstancialidad nos puede iluminar tanto el posterior desarrollo de su pensamiento como lo que había sido éste con anterioridad a 1914. Justamente, y como ya se ha aludido en la páginas anteriores de forma tácita o explícita, la doctrina de la circunstancialidad permite explicar el proceso vital e intelectual del propio Ortega, su primera etapa objetivista, y la forma literaria que le dio a su filosofía.

1.7. La bases del pensamiento circunstancial.

El texto clave y tópico del circunstancialismo orteguiano, que, como todo tópico, es citado universalmente, aunque muchas veces sin la debida contextualización, es el siguiente: "Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo.

El presente texto, pieza clave para la estructuración y comprensión de su filosofía, habitualmente sólo es citado hasta la primera coma o, todo lo más, hasta el primer punto. Ello es lo que lo ha convertido en una cita tópica que, las más de las veces, lleva a una interpretación ridiculizante de su pensamiento. Y, sin embargo, en él está germinalmente casi todo lo que Ortega tendrá que decirnos sobre la realidad en cuanto filósofo. La propia afirmación orteguiana de que, además de su yo, están las circunstancias en las que el yo está inmerso y a las que el yo tiene que conferir sentido para que ambos (yo y circunstancias) puedan "salvarse", está avalada por un ejercicio práctico de lo que significa la circunstancialidad. Este aval son las dos citas con las que quiere confirmar su postura y, a la vez, mostrar las "circunstancias" de las que ha emergido su pensamiento.

Con ello estamos ante la primera enseñanza del circunstancialismo orteguiano: no debe haber ningún dato de la realidad ni ningún problema, por nimios que nos pudieran parecer, que deban ser dejados de lado en la reflexión filosófica. Precisamente este último trabajo es, para J. Marías, un modelo de la rigurosidad con que investigaba Ortega, aunque fuese sobre un tema tan humilde a primera vista. Y la minuciosidad con que examinó la noción es, además de "un ejemplo de la razón vital en marcha" es una noción que hacía falta meditar filosóficamente, ya que la tarea de la filosofía ha sido descrita muchas veces como un quehacer de "caza de la verdad".

Así pues, el descubrimiento de la circunstancialidad conlleva precisamente que la filosofía analítica haya sido la que de modo más descarnado ha extraído sus ejemplos de las circunstancias que nos rodean, hasta el punto de que lo que comenzó siendo un análisis de lenguajes altamente formalizado tuvo que convertirse, con el tiempo, en un análisis del "lenguaje común". Esto es, dicho en terminología orteguiana, un análisis del lenguaje circunstancial. Así pues, la reflexión filosófica de Ortega, nacida de la circunstancialidad, va a tener una especial preferencia por aquellos temas que, por parecer nimios, no habían sido objeto de investigación por parte de la filosofía anterior.

El método de Ortega será justamente el contrario. Él sería uno de esos "filósofos vulgares", en opinión de Spinoza, pues el método de la circunstancialidad parte de la reflexión sobre las cosas que nos son más próximas, las cosas que nos rodean, para elevarse paulatinamente a las más lejanas. Esto es, Ortega parte de las circunstancias que le son más cercanas para, desde ellas, llevarnos a la meditación sobre problemas filosóficos análogos a los tradicionales. Este método se puede rastrear en cada una de sus obras, individualmente consideradas y en su totalidad. Por tanto, en Ortega se da una doctrina filosófica de la circunstancia, y en su obra, un ejercicio de esta doctrina: "‘Yo soy yo y mi circunstancia’.

1.8. El Perspectivismo.

Este estar atento a las circunstancias más cercanas al hombre, obedecerlas y reflexionar sobre ellas, podría ser entendido, desde posturas filosóficas racionalistas o idealistas, como una renuncia a captar la verdad (que sería inmutable) en favor de la multiplicidad de puntos de vista no sintetizable en una imagen real. Para Ortega, por el contrario, es el ser consecuente con el punto de vista propio lo que nos permite captar fielmente la realidad: "La verdad, lo real, el universo, la vida—como queráis llamarlo—, se quiebra en facetas innumerables, en vertientes sin cuento, cada una de las cuales da hacia un individuo. Si éste ha sabido ser fiel a su punto de vista, si ha resistido a la eterna seducción de cambiar su retina por otra imaginaria, lo que ve será un aspecto real del mundo" ("Verdad y perspectiva", II: 19). La verdad con que captamos la realidad no va consistir para Ortega en considerar a ésta de forma atemporal y acircunstancial. La verdad de la captación de la realidad por parte del hombre estará precisamente en lo contrario: en saber dar cuenta de la realidad desde la perspectiva vital en la que nos hallamos situados. Y esta doctrina filosófica suya la ha ilustrado en un texto inmediatamente anterior al transcrito aquí, con un ejemplo intuitivo. La visión que se tiene de la sierra del Guadarrama es, obviamente, distinta si se la mira desde Madrid o si se la mira desde Segovia. Aquí no cabe preguntarse cuál de las dos visiones es la verdadera, pues ambas lo son a la vez, lo que haría quimérico pretender una visión unitaria de las dos vertientes. Esta pretendida visión unitaria sería una abstracción, en el peor sentido de la palabra. Si se quiere dar cabal cuenta de la realidad, hay que darla desde la perspectiva en la que cada uno está, aunque haya que procurar también, que las perspectivas se complementen, pues lo contrario sería caer en el relativismo. La tesis de la complementariedad de las perspectivas es la que permite dar una solución airosa al problema de la multiplicidad de éstas: "La realidad, pues, se ofrece en perspectivas individuales. Lo que para uno está en último plano, se halla para otro en primer término. El paisaje ordena sus tamaños y sus distancias de acuerdo con nuestra retina, y nuestro corazón comparte los acentos. La perspectiva visual y la intelectual se complican con la perspectiva de la valoración.

El perspectivismo, pues, no está reñido con la búsqueda de la objetividad. Por ello no hay corte doctrinal entre el objetivismo del primer Ortega y el perspectivismo del Ortega maduro. Lo que hay es continuidad y desarrollo, pues su propio objetivismo fue, ya lo hemos visto, fruto de su perspectiva circunstancial. Precisamente la diversidad de perspectivas, como la de las riberas que desembocan y constituyen un río mayor, es la que hace posible, en cuanto que es complementaria la variedad de las perspectivas, una mayor objetividad sobre la realidad.

1 comentario:

  1. Y est ¿de dónde lo has cogido/copiado? Me parece que has utilizado pocas fuentes, un corta y pega, vamos.

    ResponderEliminar

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.